Por: Elseny Martinez
Literatura/@elsenyelisel
Querido Lancelot:
Escribo
desde la lejanía de la cruel distancia como quien mira desde su ventana, lo
mismo que los demás, las hazañas del héroe. Después de todo, 132 años se
esfuman en un chasquido y solo quedo ahí frente a su historia preguntándome
cómo y por qué el amor puede arrastrarnos a enfrentar los más grandes
obstáculos, el escarnio e incluso a nosotros mismo.
Vivo en una época más avanzada que la suya,
aparentemente. Descuide, el tiempo no
importa. Aún usamos la palabra caballero;
claro, ya estos no se dedican, como usted, a rescatar damiselas en apuros o
salvar el honor ante la deshonra, ni mucho menos a tratar a su dama como el
vasallo a su señor.
Aquí caballero es un hombre gentil y
elegante, con clase: bien vestido, bien hablado y educado; ataviado con
esmoquin o palto Oscar de la Renta. O como diría mi pequeño Larrouse: “Hombre que se comporta con distinción,
cortesía y dignidad”. No es que usted no lo sea, pero el término se ha
reducido a una frase común usada para dar la bienvenida al público a un
espectáculo holliwoodense donde Johnny
Carson inicia su discurso <<Good nigth, ladies and gentlemen
you´ re welcome to the eighth five edition to the academy award (*)>>
¡Qué
curioso! ¿no?, como las épocas cambian los sentidos o agregan nuevos significados
a las palabras. Cualquier caballero es hombre pero no todo hombre es caballero.
Fíjese, por poco me hacen pensar lo contrario.
Sin embargo, no es por eso que le escribo. Tome mi carta como un augurio del futuro,
un mensaje de alguna deidad. Verá, dentro de muchos años, no importa
cuantos exactamente, será usted más
famoso que ahora.
No más que los caballeros Amadís de Gaula o
Don Quijote de la Mancha, pero tendrá
cientos de críticos literarios y estudiantes universitarios leyendo las páginas
escritas por el joven Chrétien de Troyes,
buscando la explicación de porqué su historia constituye una novela de
caballería, como años más tarde la denominaran los examinadores de la
literatura.
Intento hacer lo mismo mientras usted observa
su legado a través de estas líneas, con la diferencia de que me acojo a Platón:
solo sé que no sé nada. Y mi ambición no va más allá que la de
explicarle a un personaje ficcional –alguna vez tan real como lo humano- como
sus aventuras integran el tipo de narración más popular durante el renacimiento
y parte de la Edad Media.
Siempre tomando en cuenta que no sé más sino
la información de unos fieles amigos silenciosos, olvidados por el tiempo y por
mí: los libros
¿Recuerda
que al inicio le comenté que el amor nos obliga a enfrentar los obstáculos?
Precisamente Rubén Darío escribía que el amor
no admite cuerdas reflexiones (un poeta que le habría gustado leer) y es
justamente el amor quien domina el eje
central de la novela, usted irá cual caballo desbocado tras el objeto de su
amor: Ginebra. Todo cuanto haga será en pro de alcanzar la gracia ante los ojos
de su señora. No importa si su vida se pone en riesgo o si la vergüenza cae
sobre sus hombros.
Se hallará en un enajenamiento tal que la
carreta será pan comido y aunque lo miren como a un villano, lo desprecien
igual que al peor de los delincuentes y lo maldigan aquellos a quienes la
ignorancia gobierna; aunque lo miren como a una cucaracha digna de un zarpazo,
usted seguirá luchando por el amor que profesa ante su señora. El mundo desaparecerá ante sus ojos y solo
existirá ella, que es Venus para usted.
Continúa en una próxima entrega...
Bibliografía:
- Chrétien
de Troyes, El caballero de la carreta
-Mi
pequeño Larrouse, Diccionario enciclopédico. Editorial Espasa Calpe.
-Peña
Hurtado Raul, Yepez Luis Rafael, Manual lengua y literatura. Editorial Escolar
1988.
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