Por: Diego Rojas Ajmad
Saparapanda/Fuentes
Se confunde comúnmente el término “literatura” con el de “obra literaria”.
Sin embargo, y aunque suene paradójico, una comunidad, un territorio, puede
exhibir varias obras literarias en su haber cultural y aún así carecer de una
literatura que lo identifique.
Una literatura es una construcción social, un sistema de obras hilvanadas
por categorías comunes establecidas por las disciplinas que les dan soporte a
los estudios literarios, de cuyas prácticas de valoración, comparación y
registro surge lo que denominamos propiamente como literatura. La “Literatura”
es una manera de entender, de organizar, de dar forma a la múltiple variedad de
un conjunto de obras literarias.
Vista así, la
Literatura no es la biblioteca que percibimos, sino la perenne tarea de
los estudios literarios en establecer relaciones entre cada libro de esa
biblioteca y entre esa biblioteca y otras aledañas. Para realizar esta labor,
los estudios literarios se fundamentan en la clasificación de las obras por
criterios de valor, de categorías generales y por juicios temporales. Es en este accionar que existe la
posibilidad de entender lo literario como ciencia, como discurso organizador y
lógico del hecho literario. Así, son tres las maneras de asediar el hecho
literario: estableciendo los fundamentos que lo hacen ser obra de arte,
valorando los méritos que permitan su clasificación y organizando temporalmente
sus cambios y evoluciones. Para decirlo con otras palabras, la Teoría, la
Crítica y la Historia son los ámbitos que conforman los estudios
literarios.
Estas tres
disciplinas no se desarrollan de manera independiente sino que superponen sus
fines y resulta imposible la comprensión y el desarrollo de una de ellas sin la
presencia de las otras. La Críticaliteraria, por ejemplo, debe fundamentar
sus juicios en elementos históricos y teóricos que le permita apreciar con
mayor tino la obra a analizar. Una Teoría literaria que no asiente sus
postulados en obras literarias concretas de seguro divagará en la configuración
de esquemas y criterios. Una Historia
literaria, por su parte, urge de escalas de valores y de principios ordenadores.
Ya Wellek y Warren habían advertido de esta relación indisoluble: “Los métodos
así designados no pueden utilizarse separadamente, que se implican mutuamente
tan a fondo, que hacen inconcebible la teoría literaria sin la crítica o sin la
historia, o la crítica sin la teoría y sin la historia, o la historia sin la
teoría y sin la crítica”.
En nuestro país, por no hablar del ámbito
hispanoamericano, la situación y desarrollo de estas tres disciplinas ha sido
breve, leve y casi espasmódico. La teoría
literaria no ha pasado de ser aventura intelectual de unos pocos; la crítica,
ejercicio para la afrenta o la exaltación gratuita; la historia literaria ha
devenido en inútil manual escolar digno de olvido. Ante este panorama, los
estudios literarios exigen una revisión de sus fundamentos, que vuelva a la
teoría, a la crítica y a la historia a su condición inicial de trenza imposible
de desanudar.
En el caso
específico de la historia literaria,
esta tradición tiene en nuestro país ya más de cien años y hasta el momento no
existe un balance de sus prácticas y de su oficio. No se ha realizado el recuento sosegado de las historias literarias
escritas en nuestro país ni mucho menos se ha reflexionado acerca de sus
aciertos y fallas.
De los tres
ámbitos que conforman los estudios literarios, la teoría, la historia y la crítica,
los dos primeros han tenido escaso o nulo desarrollo en nuestro país. El
valorar las obras literarias ha sido práctica común, tal como lo demuestra el
trabajo Bibliografía de la
crítica literaria venezolana 1847-1977, realizado por Roberto Lovera De Sola (1982), en el
cual se registran 1.749 textos de crítica literaria en un lapso de 130 años,
ello sin contar los aparecidos en prensa y revistas, con lo cual este número
seguramente se triplicaría. Sin embargo, la reflexión sobre los fundamentos de
lo literario y la meditación sobre sus periodizaciones no ha encontrado en
estas tierras sustento que la convierta en tradición. Evidencia de este desdén
hacia lo teórico es el hecho de que bastan y sobran los dedos de una mano para
contar los que han intentado desde Venezuela una teorización de la literatura: Beatriz González Stephan, Milagros Mata Gil
y Víctor Bravo. No más.
El ejercicio historiográfico en Venezuela no ha
corrido mejor suerte. Esta afirmación
ha sido planteada también por Rafael
Arráiz Lucca, quien en un libro de reciente publicación sentencia: “Las
aproximaciones a la literatura venezolana con un propósito totalizante no
abundan. Escasean, pues, los que de un solo envión examinan el devenir
histórico de nuestras letras”. Desde 1906, año en el cual se inicia la
historiografía literaria en Venezuela, hasta el presente, se han elaborado sólo
seis trabajos que intentan organizar el corpus de la literatura de este país:
Año
|
Autor
|
Título
|
1906
|
Gonzalo Picón Febres
|
La literatura venezolana en
el siglo diez y nueve
|
1940
|
Mariano Picón Salas
|
Formación y proceso de la
literatura venezolana
|
1948
|
José Barrios Mora
|
Compendio histórico de la
literatura venezolana
|
1952
|
Pedro Díaz Seijas
|
Historia y antología de la
literatura venezolana
|
1969
|
José Ramón Medina
|
Cincuenta años de literatura
venezolana
|
1973
|
Juan Liscano
|
Panorama de la literatura
venezolana actual
|
Se han excluido
de esta lista a José León Escalante, Ideas sobre el movimiento
literario actual en Venezuela, de 1936; Manuel García Hernández, con su Literatura
venezolana contemporánea, de 1945; Arturo Úslar Pietri, Letras
y hombres de Venezuela, de 1948; Mario Torrealba Lossi, Literatura
venezolana, de 1954 y a Pedro Pablo Barnola, con Altorrelieve
de la literatura venezolana, de 1970, por cuanto estas obras no
constituyen historias orgánicas completas. Aunque en algunas antologías se
mencionan a estas obras como “historias de la literatura venezolana”, en
realidad son compilaciones de artículos publicados previamente en la prensa,
dedicados a un trabajo exegético de autores y obras aislados y sin interés de
búsqueda de orígenes y causas.
El mismo Arturo Úslar Pietri, en la obra antes
citada, dirá enfáticamente de su libro, afirmación que puede ser aplicada al
resto de las obras mencionadas: “Están por eso lejos de ser una historia de la
literatura venezolana. Para serlo les faltarían muchas cosas. Entre las más
inexcusables: un recuento de la extensa y valiosa obra de los historiadores y
ensayistas y un panorama de la poesía, sobre todo la de los últimos años, tan
decidora y alta. A lo que más se acercan estas páginas es al esbozo de una
cronología del espíritu venezolano, acompañada de una corta galería de siluetas
de los hombres en quienes encarna con torturada vocación”.
Para el estado
de nuestros estudios literarios, el sólo mostrar el corpus de nuestra
historiografía literaria ya es un avance. Sin embargo, estamos conscientes de que con la sola recopilación no basta. El
análisis y la búsqueda de vínculos y matices entre una historia y otra es una
tarea por realizar. Aquí mostramos el mapa. En otro momento, y quizás otras
personas, emprenderán este camino.
Fuente: saparapanda.blogspot.com
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