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Comerse 12 uvas al ritmo de las campanadas, cenar lentejas, pasear con una maleta, vestirse con ropa interior amarilla, prender velas de colores y repartir espigas de trigo son algunas de las costumbres puestas en práctica por un buen número de venezolanos cada 31 de diciembre.
Según la tradición, el propósito de estas ceremonias -procedentes en su mayoría del continente europeo- es atraer la buena suerte, abundancia económica y éxito en el amor.
En nuestro país, realizarlas se ha convertido prácticamente en un deber y es común observar, desde principios de diciembre en los supermercados y tiendas, gente desesperada comprando todo lo necesario.
Ellos se preparan para, muchas veces con un tono jocoso, renovar sus vidas, durante la última noche del año. Sin embargo, ante el arraigo de estas actividades en la población, dirigentes de la Iglesia Católica se han pronunciado, explicando que los creyentes participantes de los ritos caen en prácticas supersticiosas y paganas.
El presbítero Rhonald Rivero, párroco de la Iglesia San Martín de Porres, (ubicada en el sector El Pinar), destaca que estas actividades, si bien son maneras libres de expresar las creencias, no le agradan a Dios.
Mientras que la Arquidiócesis Primada en México los ha considerado claramente, en su órgano divulgativo “Desde la Fe”, como “expresiones de magia y prácticas satánicas, que alejan a los fieles de la vida cristiana”.
“Quien vive a lo ‘pagano’, cuestiona, confía en la suerte, usa amuletos para conseguirla y asegurarla y cae en la brujería o en la magia. El Año Nuevo es una promesa de vida y entonces, en lugar de recurrir a Dios, se recurre a la magia para conseguir de ella lo que sólo Dios puede dar”, afirma el texto citado.
En este sentido, es necesario acotar que los enfoques están fundamentados en lo establecido por el Catecismo Católico, sobre la superstición y el pecado:
“El primer mandamiento prohíbe honrar a dioses distintos del Único Señor que se ha revelado a su pueblo (…) La superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición”.
No obstante, el obispo de la Diócesis de Piedras Negras de México, monseñor Alonso Garza, sostiene que las rutinas son permitidas sólo si son tomadas como parte de un juego.
Según el prelado eclesiástico, “si se toman como una manera de poner más emoción al año que recién inicia es aceptable, pero si se llega a creer que tendrá efectos positivos se convierte en un asunto de reflexión. Nosotros no valemos tan poco como para que estas cosas vayan a determinar nuestro futuro”, indica.
Determinación
Los feligreses que tengan una fe madura no necesitan de rituales para llegar a Dios, sino de acciones y, por supuesto, de determinación, para ser mejores ciudadanos en el año que entra, a juicio de Rivero.
“Pedimos a los feligreses que se examinen y que trabajen, conscientes de sus limitaciones, para lograr las metas propuestas. Lo ideal es que nos esforcemos y nos planifiquemos, sin depositar las esperanzas en este tipo de actividades”, agregó.
Redactora: Isabel Andara
Fotos: Archivo
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