Por: José David Hernández
El relato de un joven trabajador
que, en medio de su habitual rutina de trabajo, descubrió la verdadera esencia
de la vida.
Es de madrugada. Aunque
el sol aún no despierte, yo si tengo que hacerlo. Es el comienzo de otro día de
trabajo. Tomo una ducha, mientras escucho algo que me sirva para sentir esa
"buena vibra" que me permita empezar la jornada con buen pie -desde
Jarabe de Palo o Dave Mason, hasta Alice Cooper, Deep Purple o Grand Funk
Railroad-.
Luego me coloco el disfraz de
asalariado, y salgo de mi
búnker -conocido vulgarmente como "cuarto"-, para ser recibido por la
radiante sonrisa de mi viejita, quien, además, me da ese tierno abrazo que solo
las verdaderas madres -sí, porque ser madre es mucho más que parir un muchacho-
son capaces de dar, y con él, también me transmite ese "todo va a salir
bien" que siempre
necesitamos cuando nos sentimos temerosos o avasallados por el porvenir, por
ese presente que no conocemos en detalle, pero que sabemos que llegará.