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Los medievales constituyeron el caudal de almas que la iglesia
pretendió adoctrinar para perpetuar la religión. Mucho se ha escrito y no poco
se ha hablado sobre las estrategias empleadas para convencer a una sociedad ignorante,
bárbara y tosca; que a pesar de su valentía en las batallas, huía despavorida
ante el miedo de perder el su bien más preciado después de esta vida: el alma.
Conociendo el
temor humano hacia la muerte, el clero, poseedor único del conocimiento, escribió
libros para enseñar las normas a quienes no sabían leer ni escribir. Se
marcaban límites bien claros entre el bien y el mal, se restringían libertades
y se ordenaba al colectivo. Asunto que visto de una forma no está mal porque
una sociedad sin orden, leyes y reglas sería un caos; pero, no es menos cierto
que a partir de la posesión del conocimiento y aprovechándose de la ignorancia
y del pueblo, la iglesia manipuló y ordenó a su antojo durante muchos siglos.
Entrar a una
biblioteca o acceder a la educación era
privilegio de los nobles, por lo que quienes leían códices y manuscritos
antiguos, además de los clérigos, eran los hombres pudientes de la corte.
Recibieron influencia de los griegos, los latinos y la biblia, con más fuerza
de esta última. De aquí nace el méster de clerecía que se contrasta con la
figura del juglar. El primero es un hombre culto que enseña a través de un
dogma; el segundo cuenta historias por comida o dinero.
El méster de clerecía
se baja de su pedestal de estudioso y
adapta el lenguaje para que los no entendidos comprendan la intención del
mensaje y no pierdan el alma, dice la historia. Vale la aclaración de que no
todos estos maestros eran ministros de la iglesia, pero compartían el mismo
objetivo de preservar el cristianismo.
Uno de estos
escritores fue Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, autor del Libro de Buen Amor, de
que trataremos en este comentario.
Ningún ser
humano es completamente bueno o malo, agua envenenada pero transparente al
parecer pura y cristalina, así viene camuflada la doble intención del
arcipreste, entre los versos poéticos de cuaderna vía, género narrativo
procedente de Francia, de moda en España en el segundo cuarto del siglo XIII, y
que Juan Ruiz dominaba con gran maestría.
Las dos caras del Libro de Buen amor
A simple vista,
el arcipreste preocupado por la salvación de los fieles, se dedica a componer
un libro con el fin de guiarlos por los caminos de la obediencia a Dios y la
sumisión a la iglesia. Los temas giran alrededor de esta intención, el mismo
autor lo aclara al principio y al final de la obra:
“Por lo que yo, con mi poca ciencia y mi mucha rudeza, atendiendo
a cuántos bienes hacen perder al alma y al cuerpo y los muchos males que les
apareja y trae el amor loco del pecado del mundo, escogiendo y amando con buena
voluntad para mi alma la salvación y la
gloria del paraíso, compuse este nuevo libro, en el que pueden encontrarse
algunas maneras, maestrías y sutilezas del loco amor del mundo, que algunos usan
para pecar (...) No obstante, como el pecar es humano, si algunos (lo que no
aconsejo) quisieran usar del loco amor, aquí encontrarán maneras para hacerlo.
Y así mi libro a todo hombre y a toda mujer, al cuerdo y al no cuerdo, al que
entendiere el bien y escogiere la salvación y obrare bien amando a Dios, y
también al que escogiere el amor loco en el camino que anduviere, pueda decir
<<Intellectum tibi dabo et instruam te in via hac>> (Yo te
instruiré, te enseñaré el camino que debes seguir ; con los ojos puestos en ti,
seré tu consejero) (...) Por qué lo hice y la moraleja que ahí dice, y no el
sonido feo de las palabras, pues según el derecho las palabras sirven a la
intención, y no la intención a las palabras. Y Dios sabe que mi intención no
fue hacerlo para dar ocasión al pecado ni por mal hablar, sino para recordar a
todos el bien obrar y dar ejemplo de buenas costumbres y consejos de salvación,
que se aperciban todos y puedan cuidarse de tantas maestrías que usan algunos
para el loco amor”
Sin embargo,
esta supuesta preocupación se pone en duda cuando el narrador relata sus
aventuras en las artes amatorias. La narración en primera persona sugiere una
autobiografía, que el arcipreste y Don Melón de la Huerta son la misma persona
lo cual cambia radicalmente la imagen del moralista acérrimo del principio.
Ana Francia de
Caballero describe a Juan Ruiz como el defensor incasable en aras de depurar la
falta de honestidad en la corte de numerosos clérigos. Yo diría que tal vez él
perteneció a lo mismo que critica, tarta ta bien los asuntos del amor cortés
que el lector lo imagina disfrutar del loco amor del que quiere salvar a
muchos.
Sobre esto Riquer asegura que todo aquel se que se aproxima a su
lectura al punto se entretiene y se divierte, aunque no logre comprender los
propósitos y la actitud del autor, que tan pronto se expresa como un moralista
que condena vicios y pecados pero se recrea describiendo las mismas faltas, y
además da consejos sobre el modo de conquistar el amor de las mujeres con
procedimientos al margen de la moral. Afirma Riquer :
Folio 3r.º del manuscrito T (Toledo) del Libro de buen amor del siglo XIV conservado en laBiblioteca Nacional de
España, Vitr. 6/1.
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“Y el lector ingenuo, que sabe que todo está escrito por un
eclesiástico, que tan a menudo da muestras de poseer una fe autentica, que da
buenos consejos cristianos y que canta con verdadero fervor a María, tiende a
considerarlo un clérigo cínico y se haya predispuesto a admitir en él una vida
irregular y perversos hábitos”
Es difícil
precisar si se trata que sabe distraer o de un bromista que moraliza de manera
socarrona, como advierte Riquer en su estudio sobre Juan Ruiz.
El arcipreste
toma las debilidades humanas para enseñar sobre el buen amor de Dios y el loco
amor del mundo. Reducidos a su mínima expresión no son más que el deber y el
deseo, el primero se somete a las reglas impuestas por la sociedad y las
creencias de la época; el segundo escapa por el resquicio de la puerta apenas
vislumbra un poquito de libertad para gozar de los placeres carnales
restringidos.
El buen amor
proviene de la obediencia al dogma, cumple las leyes y mandatos de la iglesia
permitiendo a sus practicantes honestidad y mesura en relación con las
debilidades de la carne. En antítesis, el loco amor basa sus acciones en la
desobediencia, complace los deseos humanos como gula, lujuria, codicia y todos
los demás pecados capitales. No cabe duda, los medievales veían el mundo a dos
colores.
La obra de Juan
Ruiz se divide en dos partes, la primera muestra a un arcipreste defensor a
ultranza de los valores cristianos, condenando los excesos causados por loe pecados capitales y
despotricando sobre Don Amor, que no es otro que el loco amor del mundo. La
otra parte muestra al mismo arcipreste, verdugo del pecado, pidiendo consejos a
Don Amor para conquistar dueñas y prosperar en su vida amorosa.
El arcipreste
conocía muy bien su oficio, era culto y conocedor de los griegos, de ahí
proviene esa retórica; fina ironía a partir de que usa el humor para hacer reír
pero sobre todo para hacer pensar.
Continúa en la próxima entrega....
Fuentes consultadas:
-Arcipreste de
Hita, Libro de Buen amor. Versión de Enrique Hoyos. Editorial Panamericana.
- Suarez
Fernandez, Luis. Manual de Historia Universal Tomo III (Edad media). Editorial
Espasa Calpe 1958.
- Diccionario de
la Real academia española, año 2001.
- DE Riquer,
Martín y Valverde José María. Historia de la literatura Universal Tomo III (
Literaturas de transmisión escrita) año 1984. Editorial Planeta.
- Grimberg, Carl.
Historia Universal Tomo XIII Época ojival. Editorial Bohemia 1967.
- Canavaggio,
Jean. Historia de la literatura española,1: Edad Media. Editorial Ariel año
1994.
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