miércoles, 26 de junio de 2013

Crónica: Sobre la cotidianidad

Por: José David Hernández



El relato de un joven trabajador que, en medio de su habitual rutina de trabajo, descubrió la verdadera esencia de la vida.


Es de madrugada. Aunque el sol aún no despierte, yo si tengo que hacerlo. Es el comienzo de otro día de trabajo. Tomo una ducha, mientras escucho algo que me sirva para sentir esa "buena vibra" que me permita empezar la jornada con buen pie -desde Jarabe de Palo o Dave Mason, hasta Alice Cooper, Deep Purple o Grand Funk Railroad-.

Luego me coloco el disfraz de asalariado, y salgo de mi búnker -conocido vulgarmente como "cuarto"-, para ser recibido por la radiante sonrisa de mi viejita, quien, además, me da ese tierno abrazo que solo las verdaderas madres -sí, porque ser madre es mucho más que parir un muchacho- son capaces de dar, y con él, también me transmite ese "todo va a salir bien" que siempre necesitamos cuando nos sentimos temerosos o avasallados por el porvenir, por ese presente que no conocemos en detalle, pero que sabemos que llegará.


Luego de sentenciar a pena capital a un par de buenos panes rellenos, y de cepillarme los dientes -tengo que aprovechar que aún los tengo, porque seguramente dentro de unos sesenta años, si es que aún vivo, no podré decir lo mismo-, comienza lo que para mí es un verdadero reto: abandonar ese perímetro de seguridad que es el hogar.

Abordar una unidad de transporte público -"mija, dale pa' trás, que allá 'ta vacío"-, encontrarse con caras somnolientas, y en muchas ocasiones malhumoradas; cruzar avenidas y calles, saludar al señor que todas las mañanas limpia la acera del frente de su casa en compañía de su Golden Retriever color canela; en fin, todo un "collage" de situaciones que se presentan ante mí, a las cuales tengo que dar respuesta.

En general, trato de conservar esa energía que traigo desde el hogar, y busco expandirla hacia todo lo que me rodea. La interacción con cada uno de los actores que a diario forman parte de esa obra llamada "vida", así como los resultados de dicha interacción, son cosas sumamente enriquecedoras -incluso de las experiencias negativas se extrae algo que aprender-, pero a su vez, en muchas ocasiones, también pueden resultar agotadoras.

Pasan las horas. Plantas, animales, humanos, nubes, viento; todo sigue su curso, cada quien viviendo su propia obra, cada quien jugando su papel. El sol se va deslizando por el cielo, llega al cénit y luego desciende apasiblemente. Es hora de volver a casa. Nuevamente mi viejita me recibe con la misma actitud amorosa, pero esta vez le añade una pizca extra de alegría; alegría porque su hijo ha regresado sano y salvo.

Y así llega la noche. Una cena ligera, un pequeño momento para entretenerme, y a dormir. Cuando abra los ojos de nuevo, comenzará un nuevo capítulo de la historia. Para muchos, cada capítulo es igual al anterior, y es por ello que sienten haber perdido la esencia de la vida -lo digo por experiencia propia-.

Sin embargo, la esencia de la vida está en esos pequeños grandes detalles: desde las caras somnolientas y malhumoradas, pasando por el señor que limpia la acera del frente de su casa en compañía de su Golden Retriever color canela; hasta el abrazo amoroso de mi viejita al regresar a casa. Hay tantas cosas que nos ofrece la cotidianidad que aún no hemos aprendido a asimilar...    

Imagen referencial.

¡Comparte! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario