Por: José David Hernández
Crónica/
José David Hernández (Notas)
El relato de un joven trabajador
que, en medio de su habitual rutina de trabajo, descubrió la verdadera esencia
de la vida.
Es de madrugada. Aunque
el sol aún no despierte, yo si tengo que hacerlo. Es el comienzo de otro día de
trabajo. Tomo una ducha, mientras escucho algo que me sirva para sentir esa
"buena vibra" que me permita empezar la jornada con buen pie -desde
Jarabe de Palo o Dave Mason, hasta Alice Cooper, Deep Purple o Grand Funk
Railroad-.
Luego me coloco el disfraz de
asalariado, y salgo de mi
búnker -conocido vulgarmente como "cuarto"-, para ser recibido por la
radiante sonrisa de mi viejita, quien, además, me da ese tierno abrazo que solo
las verdaderas madres -sí, porque ser madre es mucho más que parir un muchacho-
son capaces de dar, y con él, también me transmite ese "todo va a salir
bien" que siempre
necesitamos cuando nos sentimos temerosos o avasallados por el porvenir, por
ese presente que no conocemos en detalle, pero que sabemos que llegará.
Luego de sentenciar a pena capital a un par de
buenos panes rellenos, y de cepillarme los dientes -tengo que aprovechar que
aún los tengo, porque seguramente dentro de unos sesenta años, si es que aún
vivo, no podré decir lo mismo-, comienza lo que para mí es un verdadero reto:
abandonar ese perímetro de seguridad que es el hogar.
Abordar una unidad de transporte público -"mija, dale pa' trás, que
allá 'ta vacío"-, encontrarse con
caras somnolientas, y en muchas ocasiones malhumoradas; cruzar avenidas y
calles, saludar al señor que todas las mañanas limpia la acera del frente de su
casa en compañía de su Golden Retriever color canela; en fin, todo un
"collage" de situaciones que se presentan ante mí, a las cuales tengo
que dar respuesta.
En general, trato de conservar esa energía que
traigo desde el hogar, y busco expandirla hacia todo lo que me rodea. La interacción con cada
uno de los actores que a diario forman parte de esa obra llamada
"vida", así como los resultados de dicha interacción, son cosas
sumamente enriquecedoras -incluso de las
experiencias negativas se extrae algo que aprender-, pero a su vez, en muchas
ocasiones, también pueden resultar agotadoras.
Pasan las horas. Plantas, animales, humanos, nubes,
viento; todo sigue su curso, cada quien viviendo su propia obra, cada quien
jugando su papel. El sol se va deslizando por el cielo, llega al cénit y luego
desciende apasiblemente. Es hora de volver a casa. Nuevamente mi viejita me recibe con la misma
actitud amorosa, pero esta vez le añade una pizca extra de alegría; alegría
porque su hijo ha regresado sano y salvo.
Y así llega la noche. Una cena ligera, un pequeño
momento para entretenerme, y a dormir. Cuando abra los ojos de
nuevo, comenzará un nuevo capítulo de la historia. Para muchos, cada capítulo
es igual al anterior, y es por ello que sienten haber perdido la esencia de la
vida -lo digo por experiencia propia-.
Sin embargo, la esencia de la vida
está en esos pequeños grandes detalles: desde las caras somnolientas y malhumoradas,
pasando por el señor que limpia la acera del frente de su casa en compañía de
su Golden Retriever color canela; hasta el abrazo amoroso de mi viejita al
regresar a casa. Hay tantas cosas que nos ofrece la cotidianidad que aún no hemos
aprendido a asimilar...
Imagen referencial.
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