domingo, 7 de julio de 2013

Comentario Literario: Eugenia Grandet, mera fantasía literaria ¿o no? (Parte I)

Por: Elseny Martinez
Literatura/@elsenyelisel



¿Hasta qué punto podemos creerle a la imaginación y confiar en ella al sumergirnos en un mundo ficticio donde existe una realidad creada por la mente de un escritor? Cada vez que escojo una novela lo hago pensando en todas las aventuras que podría ver en mi imaginación, esperando siempre que sea divertido, interesante, misterioso o, por lo menos, romántico.

Sin embargo, ha habido siempre una constante: “Solo sucede en las novelas”, es decir, la predisposición a pensar que la literatura es solo fantasía, y fantasía en el sentido de que las situaciones narradas solo pueden ser producto de la mente imaginativa del escritor.


Había leído siempre pensando que la literatura era una vía de escape de esta realidad tan real; de esta vida tangible e incomprensible muchas veces.  Y sí, en cierta forma es una salida de emergencia. Pero cuando terminé de leer Eugenia Grandet, de Honoré de Balzac, comprendí que la literatura no es más que el reflejo de la vida humana.

Recuerdo aquel personaje creado por Fernando de Rojas, Celestina, una sexagenaria que en su juventud ejerció la prostitución como medio laboral. Esta anciana ambiciosa, astuta y avara, conocía perfectamente la hechicería y la usaba para hacer toda clase de tretas para cumplir sus objetivos. Uno de ellos fue embelesar a la joven Melibea quien era el objeto de la pasión de Calisto, usó un cordón embrujado que al tocarlo la doncella se prendó de Calisto y así logró que estuvieran juntos y la chica perdió todo rastro de su virginidad.

En aquel momento, me pregunté: ¿Cómo un personaje puede ser tan real? A pesar de ser una figura de novela no deja de tener características humanas. ¿Cuántas Celestinas vemos cada día en las calles del vecindario? Tal vez no contengan todos los rasgos reunidos en el personaje de Rojas, pero el ser humano puede ser ambicioso, astuto o avaro, tramposo para lograr sus fines. ¿Cuántos alguna vez se han aprovechado de la ingenuidad de otro para embaucarlo? Todos los días sucede.

El escritor toma de la realidad los rasgos que necesita para crear sus personajes y los hace tan verosímiles que parecen reales. Incluso, uno duda de que la historia sea solo fantasía. Me sucedió con Eugenia.

Así  como vemos Celestinas en la calle, también podemos ver algún Carlos Grandet, a una Señora de Grandet, a una gran Nanon o a los Desgrasint; todos ellos reflejo de la personalidad humana, e inclusive espejo de una sociedad que obedece a los intereses de lo que se estipula en una época, lo que debe ser según los cánones del colectivo en algún tiempo.  

             Eugenia y la esperanza de la espera

Eugenia era una chica ingenua, su vida había transcurrido entre las paredes de una vieja casa, el tejido y las conversiones con su madre y la gran Nanon, la señora del servicio de la casa. Su padre el señor Felix Grandet, un ex tonelero y ex alcalde de Saumur -el pueblo donde vivían- que se dedicaba cada día a acumular y agrandar sus riquezas. 

Por azares del destino, un día llegó una carta de su hermano de París para avisarle de su quiebra y su posterior suicidio. Junto con la correspondencia llegó su sobrino Carlos, un joven parisino acostumbrado a los lujos, ignorante de la desgracia que se cernía sobre él: la miseria.

El amor de Eugenia surgió a primera vista, a penas lo vio le pareció el joven más hermoso de cuantos en el mundo había. Durante la estancia de su primo, lo atendió de la mejor forma; incluso desafiando la voluntad de su padre, un avaro a quien gastar más de lo estrictamente necesario era producto de un derroche millonario, por muy poco que esto costara.

El amor y la compasión que sentía la chica por su primo la llevó al punto de entregarle su tesoro más preciado: unas monedas de oro que su padre le regalaba cada año o cuando celebraban alguna fecha de importancia. Antes de su partida se hicieron promesas de amor eterno, casamiento y posterior final feliz. Pero Carlos debía marcharse y así lo hizo. Durante siete años Eugenia no supo de su amor, ni una carta. Nada.

¿Cuántos podrían esperar un amor por tanto tiempo? En esta época, me tomaran por pesimista pero dudo que aun existan Eugenias por ahí. Al contrario, creo que los señores Grandet han proliferado y qué decir de los interesados y chismosos como los Desgrasing y lo Cruchot.

 Durante los años de su estancia por las indias, Carlos  hizo honor al apellido de su tío: Grandet. Amasó una gran fortuna y se transformó en un ambicioso, alguien que solo recordaba a aquella chica de Saumur como a una acreedora a quien le debía un dinero.

Mientras tanto, Eugenia desafió a su padre arrastrada por un amor que la impulsaba a retar a la autoridad más fuerte que conocía, ese mismo amor le dio valor para enfrentar el obstáculo más difícil que jamás en otra situación se habría atrevido. Por muy imposible y catastrófico que pareciera, para Eugenia batallar por amor a Carlos era la esperanza que la alentaba a seguir. Por muchos golpes o decepciones que le ocasionara el disgusto con su padre, su ingenuidad la hacía imaginar una casa, un matrimonio y una familia con su primo. Por su parte, estaba el viejo avaro Grandet, el patriarca de esta familia rica viviendo en la pobreza de una vieja casa deteriorada.

Lo que más quería sobre todas las cosas era su oro. En pleno lecho de muerte de la esposa, le preguntaba al médico si el tratamiento iba a costar mucho.

¿Acaso importa el dinero cuando un ser querido se haya entre la vida y la muerte? No debería, pero habría que preguntarle a los dueños de las clínicas y consultar si el bolsillo de los “dolientes” está dispuesto a sufrir tales agravios.  

Hace algún tiempo estaba viendo una serie estadounídense llamada Grey's Anatomy, un drama médico, en el que se desarrollan las distintas situaciones que se viven en un centro de salud. En un capítulo se mostraba a una anciana agónica, que en más de una oportunidad se había visto tan grave que la familia solo esperaba su muerte. Pero la señora ni se recuperaba ni se terminaba de morir. Hubo un momento donde una de sus hijas preguntó con ánimo y esperanzas de que fuera verdad: ¿ya se murió?, que el médico tratante le lanzó una de esas miradas de asombro y disgusto. El galeno se molestó tanto que se propuso  hacer todo lo posible para levantar a la anciana de aquella camilla, porque la familia solo quería que se repartiera la herencia de una buena vez y por todas.

Sin embargo, al despertar de un desmayo la anciana preguntó  por qué no la habían dejado morir. Comprendía lo que su familia quería y en cierto modo ella también estaba harta de su situación actual. Entendía, como pocos suelen, que la hora de su muerte había llegado y la aceptaba.

Más allá de la ambición por la herencia estaba la comprensión de que el tiempo de la vida alguna vez se acaba y que a pesar de que nos esforcemos por acumular dinero, al final nada nos llevamos a la cajita de madera.


En esto se me parece a la señora Grandet en pleno lecho de muerte encomendando a Dios a su hija que quedaba con su padre en un mundo desconocido más allá de los límites de Saumur.  Conocía los defectos de su esposo pero lo amó  y obedeció hasta la última hora, y por amor a su hija soportó las arbitrariedades del viejo avariento. 

Continúa... 

 Bibliografía:
Ø  Honoré de Balzac. Eugeni Grandet. Selección de clásicos, editorial EDIMAT LIBROS. Madrid, España




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