viernes, 5 de octubre de 2012

Crónica... Cuando falta la luz



Por: Isabel Andara 
Crónicas/@andara12


Vela. Fotografia por J. Samuel Bur

El reloj marcaba las dos de la tarde del día 10 de septiembre de este año. Me encontraba recorriendo los principales portales digitales del Zulia y me daba cuenta de que los apagones escalonados de dos horas, sin previo aviso, en diversos sectores de la ciudad, era la noticia del momento y leía en cada página como las personas se quejaban del supuesto racionamiento eléctrico.



En ese momento, afortunadamente, mi casa contaba con el servicio de electricidad, sin embrago, me preguntaba por qué apagones nuevamente si ya habíamos superado la sequia del año pasado y se supone que la falla estaba resuelta. Al no conseguir una respuesta, proseguí con mi rutina, sabiendo que en cualquier momento podría quedarme sin electricidad, porque constantemente se sentían las variaciones en el voltaje.

La falla continuó hasta que definitivamente, a las 9 de la noche “se fue la luz”, cuando toda mi familia estaba en casa. Cada quien en los suyo: mamá cocinando, papá acostado, mis hermanos viendo televisión y yo navegando en la Pc. Quedamos varados en lo que hacíamos y nos dispusimos a prender las ya tradicionales velas y a salir al frente, esperando que solo fueran dos horas de “racionamiento”.

No puedo negar que al principio me fastidió un poco la situación, pero, como no se podía hacer más nada, nos pusimos a conversar en familia, junto con nuestro vecino, que casi nunca nos visita – ya sea por falta de tiempo o dejadez-, sobre temas de trabajo, estudio o política. Él reiteraba, constantemente, que la falla en la energía era culpa del gobierno nacional.

Cuando se pasaron las dos horas pautadas para el supuesto racionamiento fue entonces cuando comencé a preocuparme por buscar información en la radio de mi celular, pero no encontraba ninguna noticia y el tiempo seguía corriendo. A la medianoche mi vecino se fue para su casa. El calor y el fastidio convertían la noche en una tortura.

A la una de la mañana, cuando mis hermanos y mi padre dormían en el mueble, se restauró el servicio eléctrico y, de inmediato, me alegré porque pensé había acabado la “pesadilla” de esa noche, sin embargo a las tres horas de estar acostada en mi cama, volvió a falla la electricidad, pero esta vez el sueño me ganó; me quedé dormida con calor y todo.

La situación continuó hasta las ocho de las mañana de día siguiente. Me hermano mayor y mi papá se fueron a trabajar cuando todavía había luz. Las variaciones de voltaje continuaban y a las diez de la mañana se volvió a ir definitivamente. Me tocó lavar, limpiar y hasta estudiar son electricidad.

Las horas pasaban y pasaban y el calor del mediodía se intensificaba cada vez más. En la radio la desinformación proseguía; nadie decía ni sabia nada y no se hizo esperar la agudeza de los marabinos que, de haber un clima terrible, se las ingeniaban para “sobrevivir” en lo que parecía un desierto. Entre esos ingenios estaban: jugar dominó, cartas y colocar colchones e medio de la sala para recuperar el sueño de la noche anterior.

Cuando ya estaba desesperando, por fin, escuché por radio declaraciones oficiales del ministro de energía eléctrica diciendo que la falta de luz se debía a una falla de transformadores en el complejo El tablazo. Como siempre, comenzaron a correr rumores, en las redes sociales, de que el servicio se restablecería al otro día o incluso el lunes.

Sin quererlo, la noche volvió a llegar y ya llevábamos casi un día sin luz, una experiencia única para mí. Nuevamente, los vecinos salieron para acostarse, conversar u hasta hacer fiestas, sin el preciado servicio, en el frente de sus hogares. Pareciera que se estuviesen acostumbrando a la situación. A las horas todo volvió a la normalidad.

Ciertamente, esos dos días me parecieron eternos y creo que eso sucede porque estamos muy aferrados a nuestros aparatos eléctricos. Más allá del responsable de la situación, y sin entrar en contiendas políticas, estos apagones hacen que de una u otra manera la familia se acerque, se reúna a conversar, a contemplar las estrellas, la luna o las bellas luciérnagas que solo se ven en las noches sin contaminación lumínica. Eso, sencillamente, no tiene precio.

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