Por: Isabel Andara
Crónicas/@andara12
Vela. Fotografia por J. Samuel Bur |
El reloj marcaba las dos de
la tarde del día 10 de septiembre de este año. Me encontraba recorriendo los
principales portales digitales del Zulia y me daba cuenta de que los apagones
escalonados de dos horas, sin previo aviso, en diversos sectores de la ciudad,
era la noticia del momento y leía en cada página como las personas se quejaban
del supuesto racionamiento eléctrico.
En ese momento,
afortunadamente, mi casa contaba con el servicio de electricidad, sin embrago,
me preguntaba por qué apagones nuevamente si ya habíamos superado la sequia del
año pasado y se supone que la falla estaba resuelta. Al no conseguir una
respuesta, proseguí con mi rutina, sabiendo que en cualquier momento podría
quedarme sin electricidad, porque constantemente se sentían las variaciones en
el voltaje.
La falla continuó hasta que
definitivamente, a las 9 de la noche “se fue la luz”, cuando toda mi familia
estaba en casa. Cada quien en los suyo: mamá cocinando, papá acostado, mis
hermanos viendo televisión y yo navegando en la Pc. Quedamos varados en lo que
hacíamos y nos dispusimos a prender las ya tradicionales velas y a salir al
frente, esperando que solo fueran dos horas de “racionamiento”.
No puedo negar que al
principio me fastidió un poco la situación, pero, como no se podía hacer más
nada, nos pusimos a conversar en familia, junto con nuestro vecino, que casi
nunca nos visita – ya sea por falta de tiempo o dejadez-, sobre temas de
trabajo, estudio o política. Él reiteraba, constantemente, que la falla en la
energía era culpa del gobierno nacional.
Cuando se pasaron las dos
horas pautadas para el supuesto racionamiento fue entonces cuando comencé a
preocuparme por buscar información en la radio de mi celular, pero no
encontraba ninguna noticia y el tiempo seguía corriendo. A la medianoche mi
vecino se fue para su casa. El calor y el fastidio convertían la noche en una
tortura.
A la una de la mañana,
cuando mis hermanos y mi padre dormían en el mueble, se restauró el servicio
eléctrico y, de inmediato, me alegré porque pensé había acabado la “pesadilla”
de esa noche, sin embargo a las tres horas de estar acostada en mi cama, volvió
a falla la electricidad, pero esta vez el sueño me ganó; me quedé dormida con
calor y todo.
La situación continuó hasta
las ocho de las mañana de día siguiente. Me hermano mayor y mi papá se fueron a
trabajar cuando todavía había luz. Las variaciones de voltaje continuaban y a
las diez de la mañana se volvió a ir definitivamente. Me tocó lavar, limpiar y
hasta estudiar son electricidad.
Las horas pasaban y pasaban
y el calor del mediodía se intensificaba cada vez más. En la radio la
desinformación proseguía; nadie decía ni sabia nada y no se hizo esperar la
agudeza de los marabinos que, de haber un clima terrible, se las ingeniaban
para “sobrevivir” en lo que parecía un desierto. Entre esos ingenios estaban:
jugar dominó, cartas y colocar colchones e medio de la sala para recuperar el
sueño de la noche anterior.
Cuando ya estaba
desesperando, por fin, escuché por radio declaraciones oficiales del ministro
de energía eléctrica diciendo que la falta de luz se debía a una falla de
transformadores en el complejo El tablazo. Como siempre, comenzaron a correr
rumores, en las redes sociales, de que el servicio se restablecería al otro día
o incluso el lunes.
Sin quererlo, la noche
volvió a llegar y ya llevábamos casi un día sin luz, una experiencia única para
mí. Nuevamente, los vecinos salieron para acostarse, conversar u hasta hacer
fiestas, sin el preciado servicio, en el frente de sus hogares. Pareciera que
se estuviesen acostumbrando a la situación. A las horas todo volvió a la
normalidad.
Ciertamente, esos dos días
me parecieron eternos y creo que eso sucede porque estamos muy aferrados a
nuestros aparatos eléctricos. Más allá del responsable de la situación, y sin
entrar en contiendas políticas, estos apagones hacen que de una u otra manera
la familia se acerque, se reúna a conversar, a contemplar las estrellas, la
luna o las bellas luciérnagas que solo se ven en las noches sin contaminación
lumínica. Eso, sencillamente, no tiene precio.
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