Durante
años he guardado recuerdos de mi vida, recuerdos para mí olvidados y que solo
algunas veces, en medio de un episodio aparentemente casual, cuando saltaban en
mí sensaciones inexplicables, abrían
las cajitas de los archivos de mi memoria. Puedo recordar los momentos del
pasado porque en efecto sucedieron, pero no recordarlos vanamente como quien se
acuerda del almuerzo del día anterior. Nada más lejos. Se trata de revivir el
momento como si se viajara a través del tiempo para sentirlo como si fuera la
primera vez. Eso lo provocan las sensaciones desatadas por los recuerdos
ocultos en los objetos, y que no resucitan a menos de que los encuentre.
Entre mis viejos apuntes de teoría literaria, me he topado con Marcel Proust: un escritor que hoy me ha enseñado sobre la memoria. Prefacio es uno de sus ensayos donde trata este tema. Pero ¿qué es la memoria? ¿quién sería sin memoria?
Entre mis viejos apuntes de teoría literaria, me he topado con Marcel Proust: un escritor que hoy me ha enseñado sobre la memoria. Prefacio es uno de sus ensayos donde trata este tema. Pero ¿qué es la memoria? ¿quién sería sin memoria?
Siempre
había pensado en ella como en un archivo de recuerdos, y en cierta forma es
así; pero las sensaciones que experimento al revivir una experiencia me
permiten resucitar lo ya vivido. Es la evocación del pasado.
Proust
mencionó las horas muertas. Se refería a esos momentos vividos que creí
olvidados, pero no. Esas horas inertes, desechadas por mí, son aquellas que se ocultaron en el sonido,
en la arena o en un olor que encontré por suerte. Esas mismas que me hicieron
revivir momentos enterrados en el olvido. Según Proust, los recuerdos están
ligados a los objetos y estos nos transmiten sensaciones. Solo recuerdo
aquellas sensaciones que marcaron mi vida, mis recuerdos están inmersos en el
mar de la memoria y cobran vida cuando hallo el objeto guardián de su esencia;
y esa esencia me impregna resucitando un cadáver sepultado en el cementerio del
pasado. Entonces me doy cuenta de que esa esencia no es solo un recuerdo sino
que la reconozco como una parte de mí, como la esencia de un pasado que no es
otra cosa sino yo misma.
El
arte es una impresión proveniente de los sentimientos. Es esa habilidad de
plasmarlos en una obra de modo que estos puedan ser vividos por quien aprecia
la pieza artística. El arte despierta la sensibilidad de los seres humanos
porque está hecho de la esencia del ser y esa esencia es el secreto de los
recuerdos: Los sentimientos.
Ahora
comprendo la mirada del gato negro en la cocina, cuando tratando de escapar
estiró el torso hacia arriba, reguindó la pata derecha sobre el marco de una
vieja ventana polvorienta, oxidada por los años. Un maullido le siguió al
saltar. Después volteó la cabeza para mirarme con sus ojos de diamante.
Entonces recordé que ya había visto esa mirada una vez en un sueño que creía
olvidado. Eso no lo hubiera recordado la inteligencia porque escapa de su
campo.
La
inteligencia es la capacidad de entender, de comprender a partir de un
razonamiento lógico, las situaciones de la vida; con ella se solucionan
objetivamente los conflictos. Pero es incapaz de comprender esa esencia única
del arte que son los sentimientos y las emociones que desencadenan. Solo fuera
de ella el escritor, el poeta, el pintor, el vate, el cantante, en suma, el
artista puede captar algo de sus impresiones, de sí mismo, como lo afirmara
Proust.
Aunque
la inteligencia me sirva para desempeñar algún trabajo o para razonar -y no hay
que desdeñarla- poco me sirve para comprender las sensaciones provenientes de
mí misma, de mi interior, y que yo soy incapaz de explicar.
Cuando
guardamos sensaciones en los objetos lo hacemos inconscientemente porque si nos
percatamos de ello todo sería cerebral:
un vacío de poesía.
Lo
que parece nimiedad ante los ojos del común, para el artista puede ser lo más
importante. Todo depende de las sensaciones que le transmita el objeto, porque
el artista actúa en pos del impulso; ese sentimiento natural que lo lleva a
sentir y a plasmar sensaciones de manera espontánea. Un instinto intrínseco en
su ser.
Estoy
hecha de pasado pero pretendo ser el futuro. El presente pasa con la velocidad
de la luz ante mis ojos, no lo puedo ver pero existe porque lo vivo; pero corre
tan velozmente que tras un chasquido se transforma en lo ya sucedido. El futuro es incierto, una esperanza de
permanencia que nunca llega porque al materializarse se convierte en presente y
a su vez en pasado. El pasado
permanece porque ya sucedió.
Soy
mi pasado, soy mis recuerdos.
Si
no sé quien soy ni de dónde vengo ¿cómo podré afrontar el futuro? La identidad
es parte fundamental del ser humano, los recuerdos constituyen el rompecabezas
de quien soy ahora. La memoria es mi archivo de secretos donde acojo
sensaciones que me recuerdan que estoy viva, que me permiten conocer el
recorrido de mi caminar a través de los años. Sin memoria estaría perdida en este bosque salvaje al que
llamo mundo. Sin mi memoria mi vida se reduciría al vacío.
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